Androides y poshumanos – La integración hombre-máquina

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La idea de que la supuesta creación del hombre y los animales por Dios, el engendramiento de los seres vivos de acuerdo con su clase, y la posible reproducción de máquinas, forman parte del mismo orden de fenómenos, es emocionalmente perturbadora, tal como las especulaciones de Darwin acerca de la evolución y el origen del hombre fueron perturbadoras. Si fue una ofensa contra nuestro propio orgullo el que se nos comparase con un simio, ahora ya nos hemos repuesto de ello; y es una ofensa aún mayor ser comparado con una máquina.

Norbert Wiener (1964)
Dios & Golem, S.A.

El impulso tecnológico orientado a la integración entre hombres y máquinas (desarrollo de «máquinas-humanas» y «humanos-maquínicos») ha ido evolucionando de forma paralela al desarrollo de la informática y otras tecnologías de la información y la comunicación (nano y biotecnología, ingeniería genética, electrónica, etc.). Así, la explosión de las tecnologías digitales durante la década de 1970, y en especial en 1980 y 1990,. ha potenciado las posibilidades de creación de máquinas-humanas y humanos-maquínicos.

Este conjunto de nuevas posibilidades creativas generó -y al mismo tiempo fue generado por- un cúmulo de ideas y argumentos de científicos que provienen de centros especializados de investigación en robótica, cibernética, nanotecnología, ingeniería genética, biotecnología, informática, etc., como el MIT (Massachusetts Institute of Technology) y de algunas de las más importantes universidades del mundo, principalmente en los Estados Unidos. Los autores que defienden la integración entre hombres y máquinas, entre los que se destacan Raymond Kurzweil, Hans Moravec, Bill Joy, Michael Knasel, Jack Dunietz, Thomas Sturm, Rodney Brooks y Nick Bostrom, notoriamente, no son profetas del futuro, futurólogos o escritores de ciencia-ficción, sino que, en la gran mayoría de los casos, se trata de inventores y especialistas en robótica y tecnología que, desde los centros más poderosos de investigación del planeta, han participado desde hace años en el desarrollo de las tecnologías sobre las que ahora reflexionan.

Las posibilidades de disolución de fronteras entre seres humanos y productos mecánicos se pueden dividir en dos corrientes separadas, aunque estrechamente vinculadas. En la primera tendencia, que llamaremos integración endógena, los hombres, poblados sus organismos de artefactos mecánicos cada vez más intrusivos, se desplazan hacia las máquinas y desdibujan, así, las fronteras de clasificación entre ambas entidades (un hombre con piernas robóticas es un ser biológico con partes tecnológicas y pasa, por lo tanto, a tener atributos propios de las máquinas). Atravesados por la tecnología, pierden los caracteres distintivos del género humano al que pertenecen y empiezan a ser definibles por medio de criterios propios del género mecánico. De ahí que comiencen a ser homogéneos, es decir, similares en términos de género. En su manifestación extrema, la integración endógena da lugar al poshumano, entidad tangencialmente idéntica a una máquina.

En la segunda vía, la integración exógena, las máquinas, que cuentan con elementos y atributos cada vez más humanos (capacidad de cálculo, razonamiento, lenguaje, movimiento, piel, cabello, etc.), se desplazan taxonómicamente hacia los hombres. Atravesadas por un sesgo antropomorfo, pierden los caracteres distintivos del género mecánico original al que pertenecen y comienzan a ser describibles a partir de categorías propias del género humano (por ejemplo, una máquina que registra datos tiene cierta capacidad de memoria). En su manifestación extrema, la integración exógena da lugar al androide, entidad tangencialmente idéntica a un ser humano.

Estas dos vías de integración hombre-máquina han dado lugar, en conjunto y por separado, a una serie de personajes mitológicos y seres tecnológicos que han comenzado a poblar, con especial fuerza en las últimas décadas, los discursos científicos, académicos, literarios y cinematográficos. Se habla, así, con recurrencia acerca de robots, androides, ginoides, ciborgs, borgs, humanoides, autómatas, poshumanos, hombres-prótesis, transhumanos, organismos cibernéticos, ciberorganismos, droides, replicantes y demás fauna biológico-artificial que resulta como consecuencia de la mezcla y fusión de los seres humanos con los productos de su propia tecnología. Incluso también en el discurso periodístico se han comenzado a utilizar estos términos cada vez más frecuentemente.

Sin embargo, hay que prestar mayor atención en el uso de denominaciones cuando se busca referir y definir cada uno de los integrantes de esta mitología contemporánea de figuras tecnológicas. Más allá de que muchos autores, tanto académicos como literarios, tiendan a usar todos estos términos como sinónimos intercambiables, más allá incluso de que algunos insistan en reducir a la diversidad de seres en una misma y única denominación,  la diferencia categórica entre cada uno de ellos es fundamental, y merece por lo tanto de una atenta consideración. Desde nuestro punto de vista, los términos ciborg, borg, ciberorganismo, hombre-prótesis, organismo cibernético, poshumano, transhumano y similares corresponden exclusivamente a las entidades tecnológicas que resultan de una integración endógena (maquinización del ser humano). Por el contrario, los términos autómata, robot, androide, droide, replicante, humanoide, ginoide y similares corresponden privativamente a los seres tecnológicos que nacen de una integración exógena (humanización de la máquina).

La diferencia, para nada menor, entre estas figuras radica en la condición ontológica de la entidad original: mientras que en el primer grupo el punto de partida en el proceso de integración es un ser mecánico, en el último, por el contrario, el punto inicial es un ser humano. Los seres tecnológicos que resultan de cada tipo de integración son, así, distinguibles a partir de una observación atenta al origen del proceso de homogeneización del cual emergen.

El término ciborg, por ejemplo, que resulta de la contracción de las voces inglesas cybernetic y organism , remite a un ser humano cuyo organismo ha sido sometido a un proceso de invasión tecnológica que le ha permitido, en algún sentido, superar las barreras biológicas, físicas y mentales de su propia naturaleza. Se trata de un ser originalmente humano que ha comenzado a adquirir, merced al proceso de homogeneización, atributos y propiedades antes reservadas a las máquinas, y se ha acercado a los productos de su propia tecnología (el ciborg resulta, pues, de una integración endógena).

Por el contrario, el término androide, entidad artificial con capacidad intelectual, apariencia externa y funcionamiento interno semejante al de un ser humano, se refiere a un ser de origen mecánico sometido, por evolución tecnológica, a un proceso de homogeneización que lo ha acercado a la naturaleza biológico-humana de sus propios creadores (el androide pertenece, de este modo, a una integración exógena).

En la mitología cinematográfica de la ciencia ficción, encontramos gran variedad de tratamientos de cada uno de estos seres tecnológicos, con especial fuerza a partir de las décadas de 1970 y 1980. Para aclarar aun más la distinción entre los conceptos androide, ciborg y demás términos contemporáneos, sirve acaso mencionar brevemente a dos de los más famosos personajes cinematográficos de las últimas décadas, representantes, cada uno, de las dos vertientes de integración que hemos venido presentando: de un lado, el robot-androide T-800 del filme Terminator ; de otro, el ciborg Murphy-RoboCop del filme Robocop.

El T-800, modelo 101, conocido como el Terminator, es un complejo robot metálico cubierto de tejido humano vivo y aspecto exterior antropomorfo, dotado de lenguaje articulado, rígida voz y capacidad de razonamiento humanos, que ha viajado por el tiempo hasta 1984 con el inquebrantable objetivo, programado en su sistema, de asesinar al joven John Connor, líder en el futuro de la resistencia humana contra las máquinas. El T-800 es un ser tecnológico de origen mecánico que ha sido provisto, por evolución tecnológica, de piel, sangre, aspecto físico, capacidad lingüística y razonamiento completamente humanos, con el fin de infiltrarse entre los hombres, como si fuera uno de ellos. El Terminator es, así, un robot-androide, un ser tecnológico que resulta, por lógica mimética, de una integración exógena.

Por el contrario, RoboCop nace a raíz de la muerte biológica de Murphy, un oficial del Departamento de Policía de Los Ángeles, que es abaleado violentamente por un grupo de criminales. Tras su muerte física, Murphy es sometido a un complejo proceso de restauración estética y funcional que lo reanima en la forma de un hombre-máquina multiplicado y mejorado por el uso de sofisticadas tecnologías protésicas, un servo-policía corregido y potenciado en sus funciones de vigilancia y control del crimen, eficiente, infatigable, preciso e infinitamente justo. RoboCop es un organismo cibernético, un ciborg propiamente dicho: ser humano de carne y hueso revestido por un enorme caparazón metálico, con piernas y brazos protésicos, dotado de mirada computarizada provista de comandos de posición y temperatura, que conserva en su cerebro biológico, pese a la conversión tecnológica, recuerdos de su vida humana. RoboCop es, por lo tanto, un ciborg, un ser tecnológico que nace, por lógica extensiva, de una integración endógena.

Ambas entidades, ciborg y androide, encarnan pues las dos vertientes de la integración hombre-máquina y son exponentes arquetípicos, en el discurso cinematográfico, de los seres y criaturas artificiales de la mitología contemporánea vinculada a la fusión del hombre con sus productos tecnológicos. En conjunto y por separado, representan, a un tiempo, las posibilidades expresivas del imaginario cultural que se construye alrededor de esta temática, basado en la idea fundamental de que el desarrollo tecnológico permitirá, en un futuro no muy lejano, el surgimiento de nuevas formas de vida ubicadas en un punto intermedio entre la biología natural y la tecnología cultural.

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