Darwin entre las máquinas

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Samuel Butler (1835-1902), escritor, compositor y filólogo nacido en Inglaterra, es mayormente conocido por su sátira utópica, Erewhon, y por su novela póstuma, The Way of All Flesh. “Darwin among the machines” es un artículo comúnmente olvidado escrito por el pensador inglés en 1863 y publicado en el Christchurch Press de Nueva Zelanda el 13 de junio de ese mismo año. El ensayo de Butler, firmado bajo el pseudónimo de Cellarius, establece una referencia directa con El origen de las especies (On the Origin of Species), cuya primera edición había sido publicada por Darwin cuatro años antes, en 1859. El artículo fue reimpreso en 1917 por Festing Jones en su edición de The notebooks of Samuel Butler, con una nota preliminar que indicaba su conexión con la génesis de Erewhon, novela publicada anónimamente en 1872.

Tengo el gusto de publicar aquí, por primera vez en español, la versión castellana de “Darwin entre las máquinas” conforme a la traducción que hicimos del original con Marta Cristina Santa Cruz. Por azar o por destino, esto se hace a los exactos 150 años de su primera aparición en el mundo intelectual.

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Darwin entre las máquinas

 [Darwin among the machines]

[Al Editor de The Press, Christchurch, Nueva Zelanda, 13 de junio de 1863.]

Señor — Existen pocas cosas por las cuales la generación actual se siente más orgullosa que por los maravillosos progresos que están sucediendo a diario en todo tipo de aplicaciones mecánicas. Y es en rigor motivo de grandes elogios por muchas razones. No es necesario mencionarlas aquí, pues son lo suficientemente obvias; el asunto que nos concierne refiere a consideraciones que pueden, de algún modo, tender a dar una lección de humildad a nuestro orgullo y a hacernos pensar con seriedad en las perspectivas futuras de la raza humana. Si volvemos la mirada atrás, hacia los primeros tipos fundamentales de vida mecánica, a la palanca, la cuña, el plano inclinado, la hélice y la polea, o (por analogía nos conducirá a un estadio más lejano) a aquel tipo original a partir del cual surgió todo el reino mecánico, es decir la palanca en sí misma, y si luego examinamos la maquinaria del Great Eastern[1], nos encontramos prácticamente abrumados ante el vasto desarrollo del mundo mecánico, ante los gigantes pasos con los que ha avanzado en comparación con el lento progreso del reino animal y vegetal. Hallaremos imposible abstenernos de preguntarnos cuál será el final de este poderoso movimiento. ¿En qué dirección se dirige? ¿Cuál será su resultado? Es el objeto de la presente carta proporcionar algunos indicios imperfectos para la solución de estos interrogantes.

Hemos utilizado los términos “vida mecánica”, “el reino mecánico”, “el mundo mecánico”, etc., y hemos hecho esto deliberadamente, pues el reino vegetal se desarrolló lentamente a partir del mineral y, de idéntico modo, el animal sobrevino a partir del vegetal; y ahora en estos pocos últimos años un reino totalmente nuevo ha surgido, del cual solo hemos visto lo que será algún día considerado los prototipos antediluvianos de la raza.

Lamentamos profundamente que nuestro conocimiento de la historia natural como el de la maquinaria sean demasiados limitados para permitirnos emprender la enorme tarea de clasificar a las máquinas en géneros y subgéneros, especies, variedades y subvariedades, y así sucesivamente; de trazar los vínculos de conexión entre máquinas de caracteres ampliamente diferentes; de señalar cómo la subordinación al uso del hombre ha desempeñado ese rol entre las máquinas que la selección natural ha ejercido en los reinos animal y vegetal; de apuntar órganos rudimentarios existentes en algunas pocas máquinas, débilmente desarrolladas y perfectamente inútiles, no obstante útiles para marcar su descendencia de algún tipo ancestral extinguido o modificado en alguna nueva fase de existencia mecánica. Solo podemos indicar este campo para la investigación; debe ser continuado por otros cuya educación y talentos sean de un orden superior del que cualquiera de nosotros pueda presumir.

Hemos determinado aventurarnos a algunos pocos indicios, si bien lo hacemos con la más profunda desconfianza. Primeramente, queremos remarcar que así como algunos de los vertebrados inferiores alcanzaron un tamaño mayor del que descendió a sus representantes vivientes mejor organizados, del mismo modo una disminución en el tamaño de las máquinas corresponde con frecuencia con su desarrollo y progreso. Tomemos el reloj de pulsera por ejemplo. Examinemos la hermosa estructura del pequeño animal, observemos el juego inteligente de los miembros del minutero que lo componen; sin embargo, esta criatura no es más que un desarrollo de los relojes de pared del Siglo XVIII –no es un deterioro de éstos. El día llegará en que los relojes de pared, que ciertamente en el momento presente no están reduciendo su volumen, puedan ser enteramente reemplazados por el uso universal de los relojes de pulsera, en cuyo caso los relojes de pared se extinguirán como los primeros saurios, mientras que el reloj de pulsera (cuya tendencia desde hace algunos años ha sido a disminuir en tamaño, más que lo contrario) permanecerá como el único tipo existente de una raza extinta.

Los puntos de vista de la maquinaria que estamos de este modo débilmente indicando sugerirán la solución de una de las grandes y misteriosas preguntas de la actualidad. Nos referimos a la pregunta: ¿qué clase de criatura es probable que sea la sucesora del hombre en la supremacía de la Tierra? Hemos escuchado este debate con frecuencia; pero nos parece que estamos creando nuestros propios sucesores; estamos a diario contribuyendo a la belleza y delicadeza de su organización física; estamos diariamente otorgándoles más poder y suministrándoles a través de artificios ingeniosos ese poder de autoregulación y de autonomía que será para ellos lo que el intelecto ha sido para la raza humana. En el transcurso de los siglos nos visualizaremos como la raza inferior. Inferior en poder, inferior en esa cualidad moral del autocontrol, los admiraremos como el acmé de todo lo que el mejor y el más inteligente hombre puede alguna vez atreverse a aspirar. Ni bajas pasiones ni celos ni avaricia ni deseos impuros perturbarán el poder sereno de aquellas gloriosas criaturas. El pecado, la vergüenza y la tristeza no tendrán lugar entre ellas. Sus mentes estarán en un estado de perpetua calma; la plenitud de un espíritu que desconoce necesidades, que no se ve perturbado por ningún pesar. La ambición jamás las torturará. La ingratitud nunca les provocará un momento de desasosiego. Los remordimientos de conciencia, la esperanza diferida, el dolor del exilio, la insolencia del poder, y el desdén que conlleva el paciente mérito de los que no son dignos de merecerlo –todos serán totalmente desconocidos para ellas. Si necesitan “alimento” (con el uso de este término traicionamos nuestro reconocimiento de ellas en tanto que organismos vivos) serán atendidas por pacientes esclavos cuyos intereses y preocupaciones serán los de velar porque no necesiten de nada. Si están fuera de servicio, serán enseguida atendidas por médicos profundamente familiarizados con su constitución; si mueren, porque inclusive estos gloriosos animales no estarán exentos de esa necesaria y universal consumación, entrarán inmediatamente en una nueva fase de existencia, porque ¿qué máquina muere enteramente en cada parte en un único e idéntico instante?

Aceptamos que cuando el estado de cosas que hemos estado intentando describir haya llegado, el hombre será para la máquina lo que el perro y el caballo son para el hombre. Él continuará existiendo, incluso mejorando, y estará probablemente mejor en este estado de domesticación bajo el benéfico gobierno de las máquinas de lo que está en su presente estado salvaje. Tratamos a nuestros caballos, perros, ganados y ovejas, en general, con inmensa bondad; les proporcionamos cualquier cosa que nos indique la experiencia que es lo mejor para ellos, y no puede haber duda de que nuestro uso de la carne ha traído a los animales inferiores más felicidad que infelicidad; de idéntico modo, es razonable suponer que las máquinas nos tratarán amablemente, pues su existencia es tan dependiente de nosotros como la nuestra de los animales inferiores. No pueden matarnos y comernos como nosotros lo hacemos con las ovejas; no solo requerirán nuestros servicios en el parto de sus crías (tal sector de su economía permanecerá siempre en nuestras manos), sino también para su alimentación, ayudándoles cuando estén enfermos, y enterrando a sus muertos o desarrollando nuevas máquinas a partir de sus cadáveres. Es obvio que si todos los animales de Gran Bretaña murieran excepto el hombre, y si en el mismo momento toda conexión con los países extranjeros pasara a ser absolutamente imposible por alguna catástrofe repentina, es obvio que bajo tales circunstancias la pérdida de la vida humana sería algo temible de contemplar –del mismo modo que si cesara la vida humana, las máquinas se verían de igual manera afectadas o incluso peor. El hecho es que nuestros intereses son inseparables de los de ellas, y los de ellas de los nuestros. Cada raza depende de la otra debido a innumerables beneficios, y, hasta que sus órganos reproductivos hayan sido desarrollados de un modo que por ahora apenas podemos concebir, las máquinas dependerán totalmente del hombre incluso para la continuidad de su especie. Es verdad que estos órganos pueden ser desarrollados a la larga, en cuanto el interés del hombre está ubicado en esa dirección; no hay nada que nuestra encaprichada raza desearía más que ver una unión fértil entre dos máquinas de vapor; es verdad que la maquinaria está aún en nuestro tiempo ocupada en engendrar maquinaria, en convertirse en el padre de máquinas que corresponden frecuentemente a su propia clase, pero los días de coqueteo, de cortejo y de matrimonio parecen estar muy remotos, y en realidad apenas pueden ser realizados por nuestra débil e imperfecta imaginación.

Día a día, sin embargo, las máquinas están ganando terreno entre nosotros; día a día nos volvemos más sumisos respecto de ellas; cada vez más hombres están diariamente obligados a ocuparse de ellas, más hombres están diariamente dedicando las energías de toda su vida al desarrollo de vida mecánica. El resultado es simplemente una cuestión de tiempo, pero que el momento llegará cuando las máquinas obtengan verdadera supremacía sobre el mundo y sus habitantes es algo que ninguna persona con una mente verdaderamente filosófica puede dudar por un instante.

Nuestra opinión es que la guerra a los muertos deberá ser instantáneamente declarada en contra de ellas. Cualquier tipo de máquina debería ser destruida por el admirador de su especie. Que no haya excepciones ni clemencia; volvamos de una vez a la condición primitiva de la raza. Si fuera instado que esto es imposible en la condición actual de los asuntos humanos, esto probaría de una vez que el daño ya ha sido hecho, que nuestra servidumbre ha comenzado de veras, que hemos generado una raza de seres que está más allá de nuestro poder destruir, y que no solo estamos esclavizados, sino absolutamente conformes con nuestra esclavitud.

Por ahora, dejaremos este tema que presentamos gratuitamente a los miembros de la Sociedad Filosófica. En caso de que den su consentimiento para hacer uso del vasto campo que hemos señalado, procuraremos nosotros trabajar en él en un período futuro e indefinido.

Soy, Señor, etc.,

CELLARIUS

[1] N. del T.: el Great Eastern fue un transatlántico inglés propulsado por vapor y velas construido en 1858 por los astilleros J. Scott Russell & Co de Millwall.

Fuente de la imagen.

 

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