Parásitos: la dialéctica del amo y el esclavo

Getting your Trinity Audio player ready...

PARÁSITOS (GISAENGCHUNG, BONG JOON-HO, 2020, COREA DEL SUR)

Por Santiago Koval.

El surcoreano Bong Joon-ho (The host, 2006; Mother, 2009; Snowpiercer, 2013) vuelve a la carga con Parasitos, acaso, su película más visceral y controvertida, digno retrato de una sociedad capitalista edificada, desde sus tripas, por túneles subterráneos y cloacas llenas de los más inmundos excrementos de la naturaleza humana.

La familia Kim vive en un distrito comercial, residencia de la clase baja trabajadora, de los outsiders y del lumpen más insignificante de Seul. Con una particularidad: su departamento, atiborrado y compacto, está hundido en la tierra, a mitad de camino entre el Cielo y el Infierno. En esta suerte de medio sótano, la ventana superior de la sala de estar deja ver los cuerpos errantes de quienes caminan por las callejuelas de los suburbios o de quienes se detienen, borrachos, a orinar sobre las paredes hediondas.

Todo huele a peste. El ajo, el rábano y la carne rostizada que comen los cuatro integrantes de la familia sobre una mesa bajita rodeada por cajas de cartón de pizza. Los propios cuerpos huelen a fetidez y pestilencia. Las cucarachas que caminan por el suelo y las paredes no son más que el signo de esa decadencia.

El dramedy comenzará a gestarse cuando el hijo menor de los Kim, Ki-woo, consiga un trabajo como tutor particular de inglés de Da-hye, hija mayor de la adinerada familia Park. Como las cucarachas, serán lentamente los Kim esos silenciosos invasores, los ruidos de Casa tomada, esas presencias minúsculas e invisibles que se arrastran y serpentean por el dormitorio, el living, la cocina y el sótano de la mansión Park.

La estructura de la mansión (construida por su anterior dueño, el famoso arquitecto Naamgoong) pareciera representar, arquitectónicamente, el orden social coreano. Hay un arriba –límpido, perfecto, resplandeciente– habitado por los ricos: los portentosos y bellos Park; y un abajo –oscuro, pestilente, repugnante– ocupado por los pobres: los mendicantes y malolientes Kim.

Así planteada, la propuesta de los dos mundos se acerca a la de algunos de los filmes clásicos de la ciencia ficción. En Metropolis, del expresionista alemán Fritz Lang (1926), se planteaba ya la estratificación social que resulta de un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción: en un mundo futuro (ubicado en 2026), la clase obrera vive bajo tierra, solo destinada a trabajar incansablemente, sin disfrute ni libertad; la clase dirigente, en las antípodas, habita en la superficie y dedica su tiempo al ocio y al placer.

Lo interesante será tomar conciencia, a lo largo de la espiral narrativa de Joon-ho, de una verdad tan dura como impostergable: en el modelo económico capitalista, siempre se puede estar más abajo. Hay siempre un “abajo del abajo”: aquello que se oculta en las capas subterráneas del sistema. El lumpenproletariado emergerá allí donde más molesta, en el seno de la opulencia, en las catacumbas infernales de la mansión Park.

En su Divina Comedia, Dante divide el Infierno en nueve círculos: el limbo, máximo y más alto nivel de la jerarquía, se reserva a los bienaventurados, justos habitantes del mundo y herederos dignos de la fortuna. Los círculos subsiguientes, en paulatina decadencia, describen el camino al Purgatorio, esas cavernas oscuras que se abren bajo el río Aqueronte: allí habitan los no bautizados, los lujuriosos, los glotones, los avaros, los iracundos, los tristes, los herejes, los violentos y los fraudulentos.

La invasión de los Kim, y de las otras “cucarachas sociales” olvidadas por el sistema, logrará lenta pero implacablemente desequilibrar el statu quo de las castas más altas. Pues hará salir, desde abajo, las inmundicias hediondas y putrefactas sobre las que se sostiene un esquema de dominación deshumanizante.

Tras el diluvio universal, quedará resonando en el aire la reflexión que el padre de los Kim, Ki-taek, dedica a su hijo: “Ki-woo, ¿sabes qué tipo de plan nunca falla? No tener ninguno. Ninguno. ¿Sabes porqué? Si haces un plan, la vida nunca sale así. Por eso la gente nunca debería hacer planes. Sin plan, nada puede salir mal. Y si algo se sale de control, no importa. Ya sea que mates a alguien o traiciones a tu país”.

LA DIALÉCTICA DEL AMO Y EL ESCLAVO

En perspectiva filosófica, el filme podrá ser entendido como una diatriba social sobre el concepto de “parásito social”, esa figura de la sociología que describe, despectivamente, a la última base de la pirámide de la sociedad moderna, un segmento que vive a costas de los otros o de un sistema que, por medio de externalidades positivas, le ofrece el sustento vital sin que esta ofrezca nada a cambio.

Sin embargo, hay en la propuesta de Joon-ho una observación atenta al fenómeno del parasitismo. En clave marxista, el director surcoreano pareciera decirnos que la clase dominante burguesa es también, a su modo, parasitaria del sistema económico.

El parasitismo, entonces, será una forma de simbiosis: el parásito depende del huésped, el cual depende a su vez del parásito. En esta dialéctica entre amo y esclavo, que Hegel retrata con maestría en su Fenomenología del espíritu, se establece una relación de codependencia: sujeto a la relación esclavizante, el esclavo debe renunciar a su propio deseo en aras de satisfacer el deseo de dominación de su amo, pero, a su vez, el amo solo existe en la medida en que es reconocido por su esclavo. El amo, pues, se constituye como tal cuando el objeto (el esclavo) acepta su condición de esclavo.

El filme de Joon-ho pareciera proponer, a martillazos, una dialéctica irresoluble. ¿Hay solución posible a un modelo social y económico globalmente aceptado que propone, explícitamente, la explotación del hombre por el hombre? Al respecto, cabe recordar el fundamento del capitalismo moderno: el objetivismo, desarrollado como sistema filosófico por la pensadora ruso-estadounidense Ayn Rand, sostiene que el propósito ético de la existencia en la Tierra es la búsqueda de la felicidad individual, y que el único orden económico funcional a este precepto es el capitalismo en su forma más pura (el “laissez faire”). El egoísmo (individual y de clase) es, así, una virtud, y el altruismo, una forma de inmoralidad irracional, pues no hay justificación racional para anteponer a los otros a nuestros deseos individuales.

Así Parasite hará visible, en toda su crudeza, la estructura fundamental de un sistema social corroído por dentro cuya única solución pareciera ser, por ahora, la de hacer emerger, en sus entrañas, la violencia más descarnada. El final del filme (acaso, algo excesivo) recuerda al cine japonés de Takashi Miike (Audition) y al cine surcoreano de Pak Chan-uk (Old boy) o de Kim Ki-duk (Time): todos recortados por el mismo bisturí quirúrgico propio del manga japonés más explícito, violento y carnal, en el que abundan la sangre, las sogas y los cuerpos perforados.

Comentarios