Artículo publicado en Rincón Fílmico
Por Santiago Koval
Basado en la novela corta de Arthur C. Clarke, El centinela, el filme de Stanley Kubrick, 2001, una odisea del espacio, es acaso el mayor esfuerzo jamás hecho por capturar en imágenes el esplendor del inconmensurable espacio exterior. Sin duda, el mundo de 2001 ya había sido representado previamente, pero la fidelidad estética plasmada por Kubrick conduce a un nuevo nivel de posibilidad expresiva y supone, iconográficamente, un salto cualitativo en la simulación de mundos inefables. En su búsqueda de la estética perfecta, es su rigor científico –el respeto obsesivo de las leyes de la física– lo que le permite captar, como un alquimista, la llama de lo consciente, lo animado y lo inerte. Se trata, en suma, de un hito del cine de ciencia ficción, una pieza maestra que retrata, con el ojo de Dios, un universo perfecto regulado por reglas y principios, una coreografía de cuerpos celestes orquestada por el pulso armónico del Danubio Azul.