El signo según Charles Sanders Peirce

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Charles Sanders Peirce (1839-1914) fue un filósofo, lógico y científico estadounidense considerado, entre otras cosas, el padre de la semiótica moderna. Su visión de la semiótica se basa la noción de la estructura triádica que permite comprender al conocimiento como un proceso de significación. En este sentido, la función representativa de cualquier signo no radica en la relación que establece materialmente con un objeto exterior, sino en el hecho de que sea considerado como tal por alguna mente. De acuerdo con Peirce, todo conocimiento supone una relación significativa, esto es, una semiosis en la que se articula siempre tres elementos. Aquí, a modo de modesto homenaje, algunos aspectos centrales de su pensamiento.

Por Santiago Koval.

El modelo peirciano: la semiótica y la semiosis

El modelo lógico-semiótico de Peirce parte de una concepción tricotómica de las categorías ontológicas que reconoce la concurrencia de tres Universos o Modalidades del Ser (Peirce, 1987: 71): una Primeridad –“el modo de ser de lo que es tal como es, positivamente y sin referencia a nada más” (Peirce, 1978: §8.328, citado en Verón, 1993: 106), es decir, el Universo de las Ideas o Posibles (Peirce, 1987: 71) a los cuales les corresponden las notas de cualidad, apariencia o posibilidad–; una Secundidad –“el modo de ser de lo que es tal como es en relación con un segundo, pero sin consideración a tercero alguno” (Peirce, 1978: §8.328, citado en Verón, 1993: 106), esto es, el Universo de los Objetos (singulares) o de los Existentes (Peirce, 1987: 71), asociados a las categorías de objeto, hecho o existencia[1]–; y una Terceridad –“el modo de ser de lo que es tal como es, poniendo en relación recíproca un segundo y un tercero” (Peirce, 1978: §8.328, citado en Verón, 1993: 106), vale decir, el Universo de los Necesitantes, a los cuales corresponden los términos de ley, razón o necesidad–.

De acuerdo con este esquema, la semiótica es la “doctrina de la naturaleza esencial y de las variedades fundamentales de la semiosis posible” (Peirce, 1978: §5.488). La semiótica es, así, una filosofía de los signos o, más específicamente, un álgebra universal de las relaciones entre signos; y la semiosis, por extensión, un proceso que subyace a la noción de signo, esto es: “una acción o influencia que es o implica la cooperación de tres sujetos [2], el signo, su objeto y su interpretante […]” (Peirce, 1978: §5.484, citado en Verón, 1993: 103). La relación triádica entre los tres términos del signo tiene un carácter dinámico y se formaliza en el proceso de la semiosis, que es infinitamente recursivo.

El signo

Un Signo o Representamen es “[…] algo que representa algo para alguien en algún aspecto o carácter […]” (Peirce, 1978: §2.228); o bien, “[…] un Primero que está en una relación triádica genuina tal con un Segundo, llamado su Objeto, que es capaz de determinar un Tercero, llamado su Interpretante, para que asuma la misma relación triádica con su Objeto que aquella en la que se encuentra él mismo respecto del mismo Objeto” (Ibídem: §2.274; citado en Verón, 1993: 103); o bien, “[…] algo que es determinado en su calidad de tal por otra cosa, llamada su Objeto, de modo tal que determina un efecto sobre una persona[3], efecto que llamo su Interpretante” (Peirce, 1987: 70).

De este modo, se admite la concurrencia de un tercero que completa la relación triádica genuina de la semiosis. La noción peirceana de representación –en Peirce, representar es “[e]star en el lugar de, es decir, encontrarse en relación tal con otro, que para ciertos fines es tratado por alguna mente como si fuera ese otro” (1987: §2.273)– implica, precisamente, la participación de alguna mente a modo de Interpretante, que no es un intérprete en tanto que sujeto que interpreta sino, más bien, el Signo creado (equivalente o ampliado) en la mente de alguien a partir de la representación de otro Signo. El Interpretante, en este sentido, no refiere al individuo singular que es receptor del Signo, sino al Signo que es la “cognición de alguna mente” (Peirce, 1978: §2.242) en la relación triádica que establece con los otros dos términos al interior del proceso semiótico.

Tipología de signos

La articulación propuesta por Peirce entre los tres elementos, términos, sujetos o soportes del signo por una parte, y la tricotomía epistemológica de las categorías (cualidad, objeto, ley) por otra parte, da lugar a una tipología de los signos dividida en tres tricotomías. En particular, en su relación con el modo en que el Signo se lo representa el interpretante (es decir, el nivel de la terceridad o el de la tercera tricotomía de los signos), un Signo puede ser un signo de posibilidad, un signo de hecho o un signo de razón (Ibídem: §2.243).

De acuerdo con esta clasificación, un Signo puede ser llamado Rhema (un Signo que, para su Interpretante, tiene el carácter de una posibilidad cualitativa, esto es, una “representación de tal o cual clase de Objeto posible” (Ibídem: §2.251)); un Signo Dicente (un Signo que, para su Interpretante, tiene el carácter de una existencia real, es decir, un signo que implica, “como parte de él, un Rhema, para describir el hecho de que aquél es interpretado como indicando” (Ídem)); o bien, un Argumento (un Signo que, para su Interpretante, es un signo de ley). En suma, para Peirce, “un Rhema es un signo que es comprendido como representación de su Objeto solo en sus caracteres, que un Decisigno es un Signo que es comprendido como representación de su Objeto respecto de su existencia real y que un Argumento es un Signo que es comprendido como representación de su Objeto en su carácter de Signo” (Ibídem: §2.252).

Tres tipos de Interpretante

Con arreglo al modelo ternario de las categorías, Peirce reconoce la existencia de tres tipos de Interpretante. El Interpretante Inmediato (Primeridad), que es “[…] la parte del efecto del Signo que basta para que una persona pueda decir si el Signo es o no es aplicable a algo que esa persona conozca suficientemente” (Peirce, 1987: 76), esto es, el Signo en potencia susceptible de una interpretatividad incluso “antes de obtener un Intérprete” (Ídem). Este tipo se corresponde con el nivel de la Primeridad y se asocia, por consiguiente, con las notas de cualidad, apariencia o posibilidad.

El Interpretante Dinámico (Secundidad), que es el “efecto directo producido por un Signo en su Intérprete” (Ídem), es decir, el Signo en tanto “experimentado en cada acto de interpretación” (Ibídem: 77). En el nivel de la Secundidad, este tipo de Interpretante se asocia, así, con las categorías de objeto, hecho o existencia: a diferencia del Inmediato, el Dinámico se halla cristalizado en una relación triádica genuina individuada.

Por último, el Interpretante Final (Terceridad) que es el “efecto que el Signo produciría sobre cualquier mente sobre la cual las circunstancias permitirían que pudiera ejercer su efecto pleno” (Ibídem: 76), vale decir, el “único resultado interpretativo al que cada Intérprete está destinado a llegar si el Signo es suficientemente considerado” (Ibídem: 77). En el nivel de la Terceridad, pues, el Interpretante Final se vincula con los términos de ley, razón o necesidad y agota, en su interpretación, la interpretabilidad total del objeto.

Cabe indicar, según puntualiza el mismo Peirce, que el Interpretante Lógico Final da lugar al problema epistemológico de la verdad y del acceso al conocimiento. Así, cabe diferenciar entre una noción restringida y literal del Interpretante Final, que implica la clausura semiótica y que se asociaría con el concepto de Dios; y una concepción amplia o metafórica, que concibe que la semiosis es un proceso infinito y que el acceso a la interpretación final y acabada de un Signo es siempre relativa.

Bibliografía

PEIRCE, Charles Sanders (1978), Fragmentos de La ciencia de la semiótica, Nueva Visión, Buenos Aires.

PEIRCE, Charles Sanders (1987), Fragmentos de Obra Lógica Semiótica, Taurus, Madrid.

PEIRCE, Charles Sanders (1988), “La fijación de la creencia”, en Un hombre, un signo (El pragmatismo de Peirce), Crítica, Barcelona.

VERÓN, Eliseo (1993), “Terceridades”, en La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad, Gedisa, Barcelona.

Notas

[1] Lo existente, en Peirce, es lo real sensible.

[2] Como enfatiza Verón (1993: 104), la noción de sujeto debe entenderse no en el sentido psicológico, sino en tanto que soporte del proceso semiótico.

[3] Aquí, el término persona debe tomarse de forma restrictiva, según aclara Peirce en su carta a Lady Welby del 23 de diciembre de 1908 (Cfr. Peirce, 1987: 70-71). Las cursivas son nuestras.

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