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Definamos a una máquina ultrainteligente como una máquina que puede superar en todas las actividades intelectuales a cualquier hombre por más inteligente que éste sea. Siendo el diseño de máquinas una de estas actividades intelectuales, una máquina ultrainteligente podría diseñar incluso mejores máquinas; habrá entonces incuestionablemente una «explosión de inteligencia», y la inteligencia humana será dejada atrás por mucho. Por lo tanto, la primera máquina ultrainteligente es la última invención que el hombre necesitará hacer jamás.
Irving John Good
El algoritmo de Dios – Inteligencia Artificial Dura y Poshumanismo trascendental
Según la tesis de la inteligencia artificial dura, derivada de la Prueba de Turing, es teóricamente posible recrear, por medio de una máquina electrónica, una mente humana. Todas las cualidades de la mente (la inteligencia, el dolor, el placer, la conciencia, el libre albedrío, etc.) emergerán de modo natural en forma de software cuando el comportamiento algorítmico de la computación alcance determinado nivel de sofisticación en el dominio del hardware. Llegará el momento, sostienen sus defensores, en que a causa de la creciente complejidad de sistemas computacionales emerja la inteligencia; es todo cuestión de tiempo. En última instancia, se trata de la cuestión acerca de si una fórmula algorítmica ejecutada por un programa apropiado en un sustrato digital dotado de suficiente poder de computación puede o no dar como resultado emergente la compleja naturaleza de la mente humana.
En un mismo sentido, para el poshumanismo trascendental, defendido por autores como Hans Moravec, Ray Kurzweil, VernorVinge y otros tantos extropianos, los seres humanos son objetos puramente físicos y mecánicos, y la actividad consciente no es otra cosa que el resultado de procesos completamente materiales que se pueden, o se podrán en un futuro cercano, reproducir por medios tecnológicos. La abstracción absoluta de la materia orgánica a través de una descarga o transbiomorfosis se logrará, consecuentemente, por medio de una traducción tecnológica de las redes neuronales de nuestra mente a la memoria de un ordenador concebido especialmente para tal fin, que será una réplica exacta, neurona por neurona, de la compleja estructura del cerebro natural.
De uno y otro lado, se trata en definitiva de la cuestión filosófica fundamental acerca de si una fórmula algorítmica ejecutada por un programa apropiado en un sustrato digital dotado de suficiente poder de computación puede o no dar como resultado emergente la compleja naturaleza de la mente humana. Si la conciencia es, en efecto, una conciencia encarnada, la supresión del cuerpo implicaría su muerte. Si por el contrario, la conciencia es un producto emergente de la complejidad estructural del cuerpo y ontológicamente distinta de éste, entonces será eventualmente factible su reproducción aislada del organismo en que se desarrolló.
Producto directo de la historia conceptual de la que nacen, los argumentos sostenidos por los pensadores de nuestra era acerca de la llegada de una singularidad tecnológica, encarnados en la emergencia de la conciencia artificial (inteligencia artificial dura) y en la descarga del contenido de la conciencia (poshumanismo trascendental), encuentran sus raíces en un debate filosófico de enorme envergadura teórica, conocido como Dualismo Cartesiano, que ha dividido las aguas de la filosofía de la mente en los últimos siglos. La cuestión elemental que está detrás de toda la discusión es si la mente humana, máxima manifestación de la capacidad organizativa del mundo natural, forma parte del mismo conjunto de fenómenos de lo corpóreo material y si puede, a raíz de ello, ser reducida a fenómenos físicos y mecánicos definibles por fórmulas matemáticas computables. La cuestión no es menor: si efectivamente puede reducirse a un algoritmo matemático claramente definido, entonces será solo cuestión de tiempo para que, llegado el nivel de sofisticación técnica necesaria, sea posible descargar o reproducir totalmente su contenido en un dispositivo electrónico de estructura análoga a la del cerebro humano en el que se ha desarrollado durante millones de años.
En el punto extremo de las parábolas de la ciencia real (encarnadas en el discurso académico de los centros de investigación más importantes del planeta) y las de la ciencia ficción (representadas en el discurso literario y cinematográfico), la mente humana, máxima expresión de la capacidad organizativa de la naturaleza, se iguala así al cerebro artificial, máximo estandarte de la capacidad creativa de la cultura. La búsqueda del Algoritmo de Dios, aquel conjunto finito claramente definible por fórmulas matemáticas que, con reminiscencias bíblicas, Dios usó en la noche de los tiempos para crear la mente humana, se presenta, así, como el más fuerte desafío al momento de intentar recrear, por el camino tecnológico, el secreto máximo de la existencia en un sustrato artificial.